martes, 23 de febrero de 2010

Socialismo Real y Socialismo del Siglo XXI, o cómo no tropezar con la misma piedra.

El presidente Chávez lanzó la primera piedra, convocó a la construcción del socialismo del siglo XXI. Algunos de los que comparten su proyecto repiten como psitácidos, otros esperan pacientemente a que él diga, pero pocos se aprestan desde sus filas a dar el debate propuesto y menos desde la fila de quienes no compartimos su visión del mundo. La autoexclusión y el miedo a la divergencia minan la posibilidad de convertir en un debate fértil lo que hasta ahora ha sido una compilación de citas y comentarios, y en el peor de los casos, literatura por encargo.
Quienes hemos militado en esa vasta jungla que ha sido y es la izquierda universal, Saintsimonianos, marxistas y anarquistas, bolche y mencheviques, leninistas y maoístas, trotskistas y estalinistas, quienes no aceptamos que el socialismo murió con la caída del muro de Berlín ni que la historia terminó con el decreto de Francis Fukuyama, tenemos por delante el reto de la construcción colectiva de un pensamiento heredero de lo mejor de la teoría y praxis “socialista”. Yo por mi parte dejo estas preocupaciones como primera aproximación a un debate que no me es, ni quiero que me sea ajeno.
Lo primero que quiero decir es que para que el socialismo lleve el calificativo de tiempo “del siglo veintiuno”, algo debe diferenciarlo de “el socialismo de otros tiempos”, es decir algo debe tener diferente al “socialismo utópico” pre-marxista, al pensamiento decimonónico de Marx, Engels o Bakunin. Pero sobre todo algo debe diferenciar al nuevo socialismo, el de este siglo, de las frustrantes experiencias del “socialismo real” del siglo XX. De tal manera, que en esa dirección apuntan mis palabras.

El papel del individuo en la Historia

Una primera preocupación tiene que ver con este subtítulo (que me robé descaradamente del título de un trabajo de Plejánov, teórico ruso, maestro de Lenin primero y su opositor después). Y es que creo que en torno a este problema se tejen la mayor cantidad de errores cometidos en el socialismo real. Salvo la “Comuna de París”, todas las demás revoluciones de corte socialista en el mundo han sido marcadas por la presencia de liderazgos carismáticos que poco a poco se han ocupado de liquidar todo otro liderazgo y de mostrar su nombre indesligablemente unido al futuro del movimiento que lideran, no pocas veces el nombre del padrecito Stalin fue santificado y su sola mención en términos despectivos era suficiente para enviarte a Siberia o algo peor. Tal es el caso de la suerte de Trotsky, exiliado, huyendo y finalmente asesinado por tener una visión diferente del socialismo y la revolución. El teórico de la revolución permanente no es el único caso, por la misma razón Stalin se despachó a casi todo el comité central del Partido Comunista. Muchos son los casos de exacerbación del papel del líder y muchas las arbitrariedades cometidas en nombre del socialismo. Si no fuera trágico, sería pintoresco el caso del militante comunista venezolano, Alí Lameda, que sufrió larga pena de prisión en Corea del Norte por decir que Kim Il Sum era un “pendejo”.
La eliminación de todos los cuerpos intermedios para establecer una relación emocional muy poderosa entre el líder y las bases fue un signo característico del socialismo real, desde la Unión Soviética pasando por China y Vietnam hasta llegar a la revolución cubana, que 50 años después todavía se atormenta en el debate de la sustitución de su líder carismático. Sin mencionar la aberración del socialismo en la que “El Líder” fue sustituido por su hijo y a ambos se le rinden honores de divinidades, los bancos de parque donde se sentó el padre se conservan en cajas de vidrio y se vende tierra pisada por el camarada Kim il Sum.
El socialismo de los nuevos tiempos debe reflexionar seriamente sobre la construcción de un liderazgo colectivo verdaderamente democrático, sin idealizaciones, rotativo, cuyo anquilosamiento en el poder sea inviable, pero sobre todo que no castre, (ni se auto-castren) los liderazgos emergentes. Para que esto sea posible es necesario acabar con las visiones fuertemente centralizadoras y personalistas. Con la planificación central y todas las especies que permiten a un líder o a un pequeño grupo de expertos el control del poder de decidir nada menos que el futuro. La democracia socialista es una ilusión si el propio liderazgo no es capaz de “horizontalizarse”, renunciar a la perpetuidad y generar una estructura de toma de decisiones, no sólo democrática y participativa, sino además con suficientes cuerpos intermedios que descentralicen el poder y preparen la dirección de relevo, al tiempo que hacen equilibrio y evitan el surgimiento del absolutismo.

Estado: ¿abolición o extinción?

Una vieja polémica entre Marx y Bakunin plantea una disyuntiva sobre, ¿qué hacer con el Estado? Ambos estaban de acuerdo con la necesidad de acabar con él, la diferencia se planteaba en la velocidad con la que debía ser sustituida por una “unión de comunas libremente federadas”, que al triunfar la Revolución Rusa se convirtieron en los famosos Soviet o Consejos. El hecho es que los revolucionarios de la I Internacional entendían al Estado como un mal, que en nombre de la libertad, debía ser liquidado. Para los anarquistas debía “abolirse” de inmediato. Para los marxistas, era necesario un periodo en el que la nueva organización social lo hiciera innecesario y para que luego se “extinguiera” o “marchitara”. Sin rasgarme las vestiduras por dogma alguno es obvio que las tendencias mayoritarias en la I Internacional sólo discrepaban en los tiempos no en la concepción teórica que consideraba al Estado como oprobioso y un límite a la libertad de los seres humanos. Dos hechos marcan la suerte de la visión que sobre el Estado tienen los movimientos revolucionarios a partir de ese momento. El primero la derrota de la Comuna de París, el segundo el triunfo de la Revolución Rusa.
La derrota de la Comuna de París, produce lo que a mi parecer es la peor herencia del Pensamiento de Carlos Marx: La noción de Dictadura del Proletariado. En el análisis de Marx la derrota es el resultado de la laxitud de la disciplina de los revolucionarios y la inexistencia de un “aparato fuerte” que enfrentara a los guardianes del viejo orden, por lo que Marx consideró la posibilidad de un período en el que el Estado, bajo control de los revolucionarios, se fortaleciera para protegerse de los resabios de la “vieja sociedad” y sus defensores. Se aplazaba así la construcción del Reino de la Libertad. Lo que Marx no pensó fue que, tal como lo advirtió Miguel Bakunin, la dictadura del proletariado terminaría siendo dictadura sobre el proletariado en las experiencias del socialismo real.
El triunfo de la Revolución Rusa terminó de marcar la visión del Estado del movimiento revolucionario internacional. La Rusia zarista era el país más grande de la tierra, habitada por centenares de culturas, dialectos e idiosincrasias. Con una larga tradición autoritaria en sus estructuras políticas, una historia en la que la unificación de esa gran nación estaba ligada en el imaginario colectivo al puño fuerte de algún Zar manchado con sangre hasta los bigotes. Lo grave es que siendo la Gran Revolución de Octubre la primera victoriosa en la historia que pudo mantenerse en el poder más que los escasos dos meses que en 1871 se mantuvo la Comuna de París, marcó el camino, el del autoritarismo y del fortalecimiento de un Estado represivo que se convierte en un fin en sí mismo y no en el medio que pensó Marx. La Revolución Rusa al triunfar derrotó toda otra visión de la revolución. Rosa Luxemburgo, Antón Pannekoek, los consesjitas, los autonomistas, los anarquistas… todos derrotados al mismo tiempo que el Zar en 1917.
Si el del siglo XXI pretende ser un socialismo democrático y participativo debe considerar seriamente este problema, volviendo al debate clásico entre Marx y Bakunin y repensando el papel del Estado. Si el fin es el reino de la Libertad entonces no puede fortalecerse un aparato que atente contra su existencia. Desmembrar el Ogro Filantrópico tanto como sea posible, acercar la toma de decisiones a las comunidades sin la mediación, ni la manipulación de un comisariato del Estado o del partido, es debilitar al Estado entregando todo su poder a la gente, he allí un reto de la democracia participativa. No se puede marchar hacia la libertad robusteciendo y dando más y más poder al carcelero.
En el número anterior iniciamos el debate de algunos temas candentes relacionados con la construcción del socialismo ¿del siglo XXI?, teniendo el socialismo real como referente para dialogar. Nos ocupamos a continuación de otro tema, que se ha convertido en eje de una rica polémica en el seno de la izquierda de todos los tiempos y todas las latitudes: el concepto de democracia

Socialismo y democracia

Las experiencias del socialismo real sustituyeron la democracia representativa por “otra cosa” a la que luego le entraremos. El sufragio universal, directo y secreto, signo característico de la “democracia burguesa”, frecuentemente fuente de prácticas fraudulentas que favorecen a los poderosos, a quienes tienen las maquinarias de publicidad “enajenantes y alienantes”, le da paso a las prácticas asambleístas donde se impone lo que algunos han dado en llamar la democracia tumultuaria y lo que Tocqueville denominó la tiranía moral de la mayoría, que en mi opinión, con el devenir del tiempo castró la conformación de una nueva mayoría con expresiones explicitas y eso explica que la mayoría silente de los ciudadanos de las repúblicas del socialismo real no expresara su postura hasta que el cascarón vacío de los partidos comunistas implotó.
El socialismo de estos tiempos debe implicar el más profundo debate democrático, la posibilidad cierta del disenso, el respeto irrestricto de la diversidad de opiniones. La democracia burguesa, efectivamente debe ser superada por la vía de hacer posible la participación plural, el fértil debate y las decisiones desde abajo. Si esto es así, toda aspiración de unanimidad es inviable y absurda. Claro que la unidad del movimiento popular es deseable, pero no al precio de la uniformidad. Un socialismo que se considere verdaderamente del siglo XXI, de los tiempos por venir, que quiera romper con el pasado de vergüenza que significó el socialismo de corte soviético, sólo puede concebir la unanimidad como una enfermedad vergonzante y aprender a vivir en medio de la más profunda y permanente búsqueda de consensos que faciliten la acción en medio de la heterogeneidad. Toda unanimidad prolongada es síntoma de autoritarismo e imposición, aunque no sea necesariamente por la fuerza, parafraseando a Bolívar diría: huid del país donde todos están siempre de acuerdo. Un “Poder Popular” surgido de una visión negadora de la diversidad, con aspiraciones de uniformidad no puede sino recordarme las experiencias históricas nefastas en las que todos vestidos con camisas negras, pardas, rojas o de cuello mao construyen una enorme cerco para la libertad. Por el contrario, un “Poder Popular” que se funda en los enormes “poderes creadores del pueblo” no puede ser sino diverso, respetuoso de las diferencias, siempre con disyuntivas frente a sí y múltiples caminos para la búsqueda del futuro.
Contestatario y libre, nunca sumiso y obediente. La democracia socialista debe ser cimarrona y rebelde como la tradición de la izquierda fuera del poder. NO se pueden repetir las experiencias de movimientos rebeldes en la oposición y sumisos en el poder.
Volviendo sobre el tema de la experiencia democrática en el socialismo real, sobre todo aquellas con liderazgos muy carismáticos, una suerte de desconfianza en la capacidad de decidir de la gente convirtió el dedo del “líder” en el gran elector. El sufragio universal no es santo de mi devoción, pero la historia ha demostrado que es mejor que el “dedazo del jefe”. El socialismo de estos tiempos debe considerar la posibilidad de que el pueblo se equivoque, pero aún a eso tiene derecho. Confiar en la gente y su capacidad de darse el mejor gobierno supone no restringir en ningún caso su capacidad de elegir, muy por el contrario, debe ampliarse. La desconfianza en la capacidad de la gente es el signo característico de los autoritarismos que suponen la necesidad del “gendarme necesario”, del mesías iluminado que oriente los procesos, centralice el poder y con mano dura nos conduzca por el buen camino. Esa visión supone a la gente como eterno menor de edad y al “líder” como pater familiae.
La culpa de cuanto fracasa nunca es del “jefe”, sino de algún colaborador “corrupto e irresponsable” siempre dispensable, provisional y desechable. Con poca autonomía y ningún mérito cuando acierta. Así Stalin era el responsable de las victorias sobre los nazis y algún general pagaba las derrotas.
Así pues, sustituir la democracia burguesa supone aumentar la beligerancia popular, reconocer en la realidad el poder originario que pertenece a la gente, crear espacios de decisión y debate que superen la racionalidad burocrática y trasciendan el pragmatismo del “proyecto” para resolver los problemas inmediatos y ejercer el populismo de nuevo cuño. La democracia socialista supone el ejercicio del debate en lo trascendental, en la construcción de un proyecto de país que sea síntesis de la diversidad y no expresión de la amputación de una parte de la nación. En una democracia así, el disenso no es traición, sino la esencia misma de la participación y el protagonismo popular.

La revolución y el socialismo o la espera del paraíso perdido

Sin ánimo sacrílego pienso que una visión mística de la izquierda que tiene como referente las grandes revoluciones socialistas del siglo XX, sigue pululando en las cabezas de algunos revolucionarios del siglo XXI, sin percatarse de cuánto le adeudan a lo peorcito de la tradición judeo-cristiana. Aquí el paraíso perdido, la tierra prometida es sustituida más o menos indiferentemente por la noción de revolución o socialismo (con o sin apellido) convirtiéndolas en una promesa, casi un lugar al que hay que llegar y que una vez que allí estemos “ya verán lo felices que seremos”. El camino a la tierra prometida está lleno de sacrificios, pequeños y grandes, en el altar de la construcción de un futuro mejor.
Por supuesto, en una visión como ésta alguien nos guía por el camino correcto, alguien tiene el cayado de Moisés. Hay un compendio de ideas con pretensiones de verdad absoluta y ciertamente la verdad revelada no es patrimonio de todos, sino del pueblo “elegido por Dios” y en aras de ella “la palabra” no es para discutirla, sino para obedecerla. Los libros sagrados son para citar, “Marx dijo”, por ejemplo. Los hechos de las revoluciones pasadas son para imitar.
Las revoluciones del siglo XX y el socialismo real con mucha frecuencia aplazaron lo justo por el paredón, lo importante por lo urgente, lo democrático por lo necesario. Todo para llegar a la tierra prometida ese lugar mítico, esa promesa reiteradamente aplazada.
La revolución deja de ser una forma de reinventar la realidad, un proceso dinámico y humano para convertirse en un espacio estático al que se llega portándose bien y siguiendo las instrucciones de los sacerdotes que conocen el camino, la verdad. De tal manera que quienes no coinciden con la verdad y no quieren la tierra prometida, dejan de ser disidentes para convertirse en pecadores, en equivocados. Pecadores al servicio del demonio llámese ejercito blanco, imperialismo, CIA o como usted desee. Equivocados a los que hay que convencer y catequizar (o reeducar, si se prefiere el vocablo de la revolución cultural China) De tal manera que lo primero que se sacrifica en el altar que ya mencionamos, es nada menos que la tolerancia.
Sostengo que el origen de la más profunda intolerancia es de carácter religioso y más específicamente monoteísta. ¿Se puede concebir una idea más intolerante que suponer que el único Dios que existe, el único verdadero es el mío y que todos los demás sean falsos? Bien, la noción de revolución como promesa en los discursos del socialismo real, entraña la misma intolerancia en el momento mismo que supone ese lugar al que hay que llegar dotado de unas cualidades rígidas, y que para llegar allí necesitamos una especie de elegido que puede llamarse pueblo de Dios, militante del partido u “hombre nuevo” por igual. La sola idea de “un modelo de sociedad” y “un modelo de hombre” supone una suerte de visión sectaria y fanática de la realidad. No pocos de los crímenes del socialismo real están enraizados en esta visión. No pocos de los discursos del socialismo real parecen más religiosos que políticos. Algunos de sus más connotados liderazgos portan hoy la aureola del apóstol y se les recuerda como mártires con más cualidades míticas que humanas. La construcción del socialismo no puede amarrarse a lo que Marx dijo o a lo que Lenin hizo. Es menester desacralizar las fuentes, convertirlas en referencia y no en camisa de fuerza.
Creo que el socialismo del siglo XXI tiene como tarea desterrar de su seno la rigidez del pensamiento religioso, humanizar el socialismo sin suponer pecado las trasgresiones a la palabra, o al manual de instrucciones. Reinventar el socialismo como proceso profundamente humano y en construcción permanente, le garantizaría al del siglo XXI una mejor suerte que a los del siglo pasado. Una vez más la palabra clave es DIVERSIDAD.
En los números 173 y 176 aparecieron la primera y segunda parte de este artículo por entregas, que desea dar cuenta de los debates fundamentales que tienen planteado todos los que creen que, a pesar de los errores del socialismo real, vale la pena debatir sobre su construcción desde la perspectiva de quien no desea repetirlos. Hoy en esta tercera parte nos ocuparemos de una relación que en las experiencias del socialismo real se convirtió en fuente de grandes arbitrariedades por parte de los dirigentes del proceso y de indefensión para los ciudadanos. La relación Partido – Gobierno – Estado.

El partido leninista.

El partido para Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) era una estructura robusta y ágil con un frente legal y uno clandestino capaz de combinar todas las formas de lucha en la dinámica de conquista del poder. Ello implicaba, por supuesto, una férrea disciplina en la actividad clandestina para evadir las persecuciones y seguimientos de la policía zarista que no era precisamente generosa. Además, no se trataba de una estructura de masas sino de lo que se llamó un partido de cuadros, es decir, una vanguardia esclarecida de gente formada para el ejercicio revolucionario, para dirigir las organizaciones y luchas de las masas poniéndolas a tono con el discurso y objetivos de los bolcheviques. Así, en 1905 una polémica entre Lenin y Trotsky, sobre los Soviet (consejos) devela que Lenin los concebía como una estructura de masas dirigida por el partido, mientras Trotsky los entendía como organizaciones autónomas de campesinos, obreros, estudiantes etc.
En su estructura interna el partido leninista es rígido y fundamenta su acción en tres principios fundamentales del “centralismo democrático”:
1. Los organismos de dirección del partido imparten directrices que se deben seguir incondicionalmente por los organismos de inferior jerarquía y por las bases.
2. Las decisiones se toman por mayoría y la minoría acata y respeta tales decisiones y trabaja en ellas independientemente de su desacuerdo.
3. Las decisiones se toman democráticamente, de abajo hacia arriba, en una especie de estructura piramidal.
Quienes militamos alguna vez en partidos de corte leninista sabemos perfectamente que el primer principio se impone a los demás y que la dinámica interna definitivamente reduce los espacios democráticos para la toma de decisiones y exacerba el centralismo.
Absolutismo de partido único: Partido, Gobierno, Estado.
En esta visión del partido no se entiende la existencia de más de una organización de revolucionarios, de esa manera en las experiencias del socialismo real se vivieron traumáticos procesos de anulación de toda otra forma de organización partidaria, incluso de aquellas que respaldaban el proceso revolucionario. Así los bolcheviques destruyeron a los mencheviques en Rusia. El movimiento 26 de julio que dirigió la Revolución Cubana, el Partido Socialista Popular y el Directorio 13 de Marzo se integraron en 1962 para formar el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba.
Como vemos las experiencias del socialismo real tienen la organización partidista como organismo de dirección, pero además ÚNICO e incontestable, la historia destaca la desaparición paulatina de toda forma de organización política partidista que enfrente al partido, en singular.
A esa organización con fuerte vocación absolutista y autoritaria le correspondió en las experiencias del socialismo real la dirección de la sociedad en su conjunto, el partido se convierte así en una presencia omnímoda que coopta las organizaciones sociales desde las más sencillas de vecinos, músicos o profesionales hasta los más complejos organismos del Estado. El partido, en las experiencias del socialismo real bien pudo decir, citando a Luís XIV: El ESTADO SOY YO.
El partido amalgama todo, confunde así las organizaciones de la gente, con las gubernamentales o las del Estado. La división de poderes concebida por el pensamiento ilustrado y las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII desaparece para dar paso a esta suerte de nuevo absolutismo… el del partido.
Una ideología superior insufla el proceso revolucionario, por lo tanto para que todo marche bien, todo tiene que ser controlado por militantes. Los jueces tienen que ser revolucionarios y los tribunales puestos al servicio de la revolución. Los legisladores por supuesto deben legislar para la revolución, no hay tal revolución sin leyes que la empujen. Los órganos del estado que deben velar por la transparencia de los procesos comiciales también deben ser revolucionarios.
Y así la revolución, ese paraíso perdido del que hablamos en el artículo anterior, lo justifica todo incluso esta suerte de homogeneidad absolutista que no admite ninguna forma de diversidad y heterogeneidad democrática.
Por supuesto que en las experiencias del socialismo real y en el pensamiento de quienes se quedaron enganchados en la validez de tal visión del socialismo, los bienes de la nación, del gobierno y los del partido también pueden perfectamente meterse en un mismo bolsillo y disponer de ellos con discrecionalidad revolucionaria.
Por otra parte, las experiencias del socialismo real demuestran lo fácil que fue para los partidos verticales que dirigieron sus revoluciones, pervertirse no sólo en los excesos del poder político sino también como se convirtieron en organizaciones con gran capacidad de acumulación de riquezas por el camino corto de la corrupción.
Los contrapesos en el ejercicio del poder, en las experiencias del socialismo real se relajan hasta convertirse en ilusión, todo apunta en la misma dirección. Los clásicos poderes ejecutivo, legislativo y judicial no sólo no se controlan y limitan entre ellos, sino que coordinan con precisión de relojero sus discursos, sus posturas y sus acciones. Todo dirigido desde ese órgano inmanente y amalgamante que es el Partido.

Pensamiento ilustrado Vs. Revolución.

Ciertamente detrás de semejante discurso se plantan con todas sus fuerzas “los intereses superiores del pueblo”, esa suerte de nuevo maquiavelismo, en el que “el fin justifica los medios” y toda esa acumulación de poder no es más que la forma más expedita de alcanzar “el reino de la felicidad”. La verdad es que no puedo ver por ninguna parte, ni en la historia ni en mi cabeza, como es que la libertad se conquista delegándola en este nuevo Luís XIV que es el partido revolucionario.
La división de poderes es parte del discurso ilustrado de la burguesía… SI, y la historia de las “revoluciones burguesas” demuestra a todas luces que aún cuando significaron la superación de las monarquías absolutistas no superaron la explotación. El discurso de la separación de poderes puede ser tildado de “burgués” sin temor a cometer ningún error, pero en la práctica con sus contrapesos ha evitado las arbitrariedades del poder que en el socialismo real florecieron al amparo de su desaparición y de la justificación (que también usaron los nazis) de los fines superiores.
Lo que no puede construirse es la idea de que la superación de la explotación suponga el retorno al absolutismo, ahora, del partido.
El socialismo de estos tiempos debe pensar de manera holística en superar la explotación y aumentar la libertad a un tiempo y no suponer que ambos objetivos son contradictorios entre sí. Las tensiones de la sociedad contemporánea marchan parejas en ambos sentidos, más justicia social, más libertad, en definitiva, más participación popular en la generación – disfrute de la riqueza, más participación en los procesos de toma de decisiones y más autonomía y diversidad de pensamiento en las organizaciones de la gente. Para mí, por allí van los tiros de eso que se ha dado en llamar democracia socialista o democracia participativa.
Por último y para terminar, los partidos de las revoluciones del socialismo real llevaron a tal extremo el centralismo (no muy democrático) que terminaron por ceder todo el poder, no a los soviet, no al pueblo sino a un hombre. En consecuencia el partido terminó haciendo la voluntad de Stalin, Mao, Pol Pot o Fidel. Una visión nueva del socialismo no puede tropezar de nuevo con este vergonzoso SOCIALISMO ABSOLUTISTA.
Para terminar esta serie de artículos queremos acercarnos al tema de las relaciones internacionales del socialismo real y ensayar un epilogo.

La guerra como salida del aislamiento

La Rusia Zarista no era precisamente un país con fluidas relaciones con occidente. El triunfo de la Revolución de Octubre se produce en plena Primera Guerra Mundial, de tal manera que la complejidad del panorama internacional no podía ser mayor. La guerra de nuevo, como en tiempos de Napoleón, era el vínculo con el resto del mundo. Luego, al finalizar la guerra no pocas potencias capitalistas europeas vieron en la Rusia Revolucionaria un peligro inminente. Algunas incluso apoyaron al vencido ejército blanco en una cruda campaña para la retoma del poder. El ejército rojo con Trotsky a la cabeza, finalmente lo derrotó.
Comienza así una espiral de fortalecimiento del ejército rojo que, en principio, es un simple ejercicio de autodefensa y supervivencia y termina con una carrera armamentista que habrá de desnaturalizar el socialismo. Otra vez los medios (tener una fuerza armada capaz de defender la revolución de las grandes potencias capitalistas en tiempos de guerras y confrontaciones) se convierten en un fin en sí mismos y el Estado Soviético se transforma, entre las dos guerras, en un gran aparato para hacer crecer la capacidad bélica. Es comprensible que frente a la maquinaria de guerra nazi, toda Europa se preparara contra posibles agresiones. El pacto Molotov-Riventrop nos muestra claramente que en el momento del inicio de la guerra los soviéticos no se encontraban preparados para ella y que el breve lapso de paz que el pacto produjo fue rigurosamente aprovechado para modernizar su aparato militar.

De la Guerra Fría a la Guerra de las Galaxias

El duro aprendizaje de las implicaciones de una guerra para la que no se está al nivel del enemigo los llevó a los soviéticos al extremo de priorizar el aparato militar por encima de casi cualquier otro elemento del Estado. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial y siguiendo las directrices del pacto de Yalta, el mundo queda dividido en áreas de influencias, una soviética y “socialista”, otra occidental y capitalista. La defensa de sus respectivas áreas de influencia se convierte en un juego en el que espionaje, homicidios, golpes de estado, financiamiento de insurgencias, carrera armamentista, carrera espacial, carrera atómica, desarrollo de nuevas y sofisticadas tecnologías bélicas… convierten al mundo en un inmenso tablero de ajedrez donde se juega a la guerra fría durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX.
El gobierno de Ronald Reagan lleva las cosas hasta el extremo de investigar el uso del cosmos para desde allí diseñar un escudo contra los armas misiles del enemigo… los soviéticos, una y otra vez caen en las “carreras” que les propone el mundo capitalista (Estados Unidos) y terminan por destinar más recursos al mantenimiento de las áreas de influencias que a la alimentación y bienestar de la población. Se produce entonces la paradoja que denuncia Alexander Solzjenitsin: un país que podía mandar hombres a la luna, pero no podía dar pan con mantequilla a sus ciudadanos.
Financiar la guerra, financiar el mantenimiento de gobiernos amigos, financiar la carrera armamentista, la guerra fría, un enorme aparato de espionaje e inteligencia… terminó por (tal como advirtió Reagan que sucedería) romper la columna vertebral de la economía soviética.
Por otra parte, y con el ejército hipertrofiado que lograron construir, mantuvieron una férrea relación de dominación de las naciones bajo su influencia. La autodeterminación de los pueblos de Lenin, quedó hecha pedazos bajo la bota de los soldados que invadieron Hungría y Checoslovaquia, primero, Polonia y Afganistán después. Las relaciones con los aliados no fueron de amistad e igualdad, sino de subordinación y obediencia. Así Cuba cuya revolución inspiró varias generaciones de jóvenes libertarios terminó siendo una pieza en el Caribe de un estratega Ruso que movía los misiles de la crisis cubana del año 1962, según las necesidades geopolíticas de la negociación con los Estados Unidos.
Resulta ilusorio pensar que la constitución de bloques, en el mejor estilo de la guerra fría pueda tener un resultado distinto al que ya tuvo: hambre para los pueblos, negocio para la industria bélica y, al final, la destrucción de las economías más débiles sacrificadas en el altar de la vieja manera de hacer las cosas.
Una nueva relación entre naciones que crean viable el socialismo se impone en los albores del siglo XXI, una relación libre, respetuosa de las diferencias y los criterios; naciones que articulen sus potencialidades y las pongan al servicio del bienestar de sus pueblos; que no desangre a un pueblo para mantener la subordinación política de otro; que no humille al otro a cambio de “solidaridad internacional”. El socialismo del siglo XXI, supone entonces, al igual que en muchos otros ámbitos, una nueva racionalidad para enfrentar las relaciones internacionales con aliados e incluso con aquellas naciones con intereses contrapuestos.

A manera de epílogo.

Los que en Venezuela andan en la onda de la construcción del socialismo del siglo XXI, podrían dividirse, por lo menos, en dos grandes grupos. El primero está formado por gente que desde temprana edad se sintió animada por las ideas socialistas que históricamente representó la “izquierda”, ese vasto archipiélago de ideas cuya coincidencia básica giraba y gira en torno a los conceptos de justicia y libertad, con expresiones muy diversas en tendencias y partidos. El otro gran bloque es el de lo que podríamos llamar los sarampionosos, es decir los que desde el poder y en edad madura han descubierto las bondades del socialismo (o del poder, eso nunca lo sabremos).
En el primer bloque hay quienes vivieron la evolución histórica del debate teórico de los principales pensadores de lo que genéricamente convenimos en llamar la izquierda y también conocen la evolución histórica del socialismo real. Entre estos hay quienes aprendieron de los errores cometidos y quienes están dispuestos a intentar los mismos perversos caminos.
Los del segundo bloque creen que descubren el agua tibia con cada lectura vetusta, con cada noción desconocida, con cada discurso trasnochado.
Para los que, aún viniendo de la tradición de izquierda (quita el y” le resta fuerza además léelo así y verás que se entiende mejor la idea) no aprendieron la lección, y para los recién llegados que descubren hoy los caminos que otros transitamos desde hace años, con nobles o mezquinas intenciones, quiero informar:
Que el muro de Berlín se desplomó; que la Unión Soviética fue una farsa que costó la vida a millones de verdaderos revolucionarios; que la revolución cultural China, hoy se sabe, produjo más muertos que el holocausto; que Pol Pot era un asesino cruel disfrazado de revolucionario; que la revolución en Corea del Norte se parece más a un viejo despotismo Oriental, y en nada a la sociedad que Marx pudo haber imaginado; que Cuba es una experiencia que tiene 48 años y el liderazgo de un anciano venerable que pudo ser un héroe y escogió perpetuarse en el poder. Que, en definitiva, no se puede llegar a la Libertad siguiendo el mismo camino ya recorrido por un socialismo que sólo construyó oprobio.
También quiero informarles que desde el seno de la propia izquierda muchas voces se alzaron para denunciar las injusticias, que los derrotados por Lenin pudieron tener razón pero sus ideas aún esperan por una experiencia que las ponga en práctica, que las ideas libertarias del anarquismo podrían ser un antídoto contra la burocratización, que sería bueno revisar los debates del Mayo Francés, que pudiéramos leer el Viejo Topo, los textos de la teoría crítica. Que las extemporaneidades se pagan, que cuando tenía quince años yo también quise ser como el Ché, pero treinta años después probablemente ni siquiera el Ché quisiera ser como el Ché.
Que lo revolucionario hoy es el respeto a la diversidad, la lucha contra la explotación sin recortar la libertad, el liderazgo colectivo y no la obediencia a un hombre; que para que el hombre sea libre el Estado debe ser más pequeño y el hombre debe tener más poder; que sin libertad y democracia no hay socialismo sino un remedo lamentable que termina siendo oprobioso; que el sufragio universal es imperfecto, pero peor es el dedo del líder o la democracia tumultuaria; que la noción de revolución no puede ser un concepto dogmático y religioso que no admite divergencias y debates; que el partido revolucionario no puede y no debe ser único y absolutista, sino escenario para la expresión de todas las posturas; que la división de poderes resultó más democrática que esa amalgama Partido-Gobierno-Estado que gobernó el socialismo real; que la relación con los demás países, desde las posturas del socialismo, debe ser de respeto y no aspirar a la obediencia y a la subordinación.
El Socialismo Real es una lección de cómo no deben hacerse las cosas, la construcción de un nuevo tipo de socialismo debe alimentarse de la capacidad de indignarse ante la injusticia, remarcar la opción con los humildes y diferenciarse reivindicando la libertad y el respeto a la diversidad.
Bruno Gallo


Este articulo fue publicado en “Las Verdades de Miguel” en cuatro partes y en sucesivas semanas.

domingo, 21 de febrero de 2010

¡Me quieren sacar!

Lo verdaderamente extraordinario es que alguien quiera permanecer en el poder por siempre, que crea que todo intento por sacarlo del poder es una conspiración y la denuncie como quien corre hacia su madre acusando a sus amiguitos.

Desde hace algún tiempo el gobierno viene usando un eslogan publicitario según el cual "lo extraordinario se hace cotidiano" y la verdad es que nunca vi tanto acierto en una frase de este gobierno.

Basta con mirar los enroques ministeriales, la inflación, los huecos en las calles, los racionamientos de energía, la destrucción de Pdvsa, la recolección de basura en la mayoría de las ciudades, la incapacidad del gobierno… para saber que lo inaceptable ya se ha hecho cotidiano.

Pero de todas las cosas que hemos ido aceptando como cotidianas y que realmente son extraordinarias la que mas me sorprende es la alharaca del señor presidente cuando dice cosas como que “vienen por mí” o “me quieren fuera del poder” o “ellos no se van a conformar con ganar la Asamblea Nacional”.

De verdad, lo que más me sorprende es que los venezolanos nos tomemos en serio, la cara que pone cuando alerta sobre la intensión de un sector del país de sacarlo del poder.

La verdad es que ese comportamiento además de infantil, lo que denota es su visión profundamente antidemocrática de la política. Lo normal en democracia es que los que se oponen al gobierno quieran sustituirlo, es decir, que los conservadores quisieran sustituir a los liberales, que los federales quieran ganarles a los centralistas, que los demócratas quisieran derrotar a los republicanos.

Se imaginan lo ridículo que habría sonado que el Carlos Andrés Pérez de 1976 dijera “lo que pasa es que Luis Herrara Campins quiere sacarme de Miraflores”. Obvio, así es la democracia y eso es lo que significa la palabra alternabilidad que aparece en la Constitución y que tanto esfuerzo ha hecho la revolución por olvidar.

Lo verdaderamente extraordinario es que alguien quiera permanecer en el poder por siempre, que crea que todo intento por sacarlo del poder es una conspiración y la denuncie con pucheros como quien corre hacia su madre acusando a sus amiguitos.

Que intente penalizar un ejercicio humorístico en el que se imagina a Venezuela sin él. Claro. La intención de cualquier oposición seria es llegar al poder, convencidos de que su proyecto político y su capacidad para gobernar son superiores y ventajosas para el país.

Y claro que quien piensa, cual monarca, que su gobierno debe ser vitalicio, relaciona su salida del poder con la muerte y eso explica las constantes denuncias de magnicidio.

Pues, no señor Presidente. No dudo que existan sectores muy minoritarios que como usted en 1992 quieran llegar al poder por un atajo, pero hoy por hoy la enorme mayoría de quienes queremos verlo fuera del poder queremos que eso sea en su momento y por una avalancha de votos.
Publicado en TalCual Digital el 3 de enero del 2010.