domingo, 6 de mayo de 2012

Hilarión Cardozo, El Camarada y la tolerancia

El 21 de febrero murió Hilarión Cardozo. Sobre él tengo poco que decir porque poco sé. No lo conocí y las circunstancias en la que alguna vez lo vi, hablan más de lo que fui, que de lo que fue. Pero en las actuales circunstancias de menguada tolerancia política la anécdota puede ser edificante. Bruno Gallo bruno_gallo@yahoo.com Corrían los años 80 y se vivía una especie de resurgimiento de la fortaleza del movimiento estudiantil. Centroamérica era un polvorín y el Gobierno venezolano, del presidente Herrera Campins intervenía descaradamente en El Salvador a favor del Partido Demócrata Cristiano de ese país. La Universidad Central de Venezuela había sido ya escenario de rudas confrontaciones por ese tema cuando una tarde cualquiera en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Hilarión Cardozo era invitado a una conferencia. Las organizaciones de izquierda radical reaccionamos y lo echamos a patadas de esa Zona Liberada donde las sombras se vencen. Yo venía del comedor y ante la imposibilidad de empujar al enemigo del pueblo, le lancé un certero naranjazo a la cabeza… Humillado, Cardozo abandonó la heroica U-U-UCV y quienes lo expulsamos sentimos el regocijo de la victoria contra las fuerzas del mal y el oscurantismo. Militante como era de la Liga Socialista, llegué a la reunión semanal de la Dirección Universitaria contando la “hazaña”. Allí se encontraba un miembro de la Dirección Nacional de la organización y lejos de celebrar mi versión jocosa de la humillación a Hilarión Cardozo, me miraba fijamente. Terminado el relato, El Camarada, cuyo nombre me reservo y luego entenderán por qué, suspiró y me espetó: “Ese señor es un caballero, no merece ese trato”, mi sonrisa de orgullo se congeló, me sentí como un tonto, pero aún no había terminado. El Camarada contó que siendo Hilarión Cardozo representante de Copei en el Consejo Supremo Electoral, la Liga Socialista intentaba legalizar su condición de Partido Político, él y otros dirigentes nacionales de la organización con una fuerte tradición abstencionista y rebelde, estaban haciendo los trámites, cuando una comisión de la Disip se presentó a detenerlos. Hilarión Cardozo, con un par de aquellas, los confrontó y exigió respeto para unos dirigentes políticos que estaban entrando en la vida legal y aceptando las reglas de juego de la confrontación electoral. La comisión insistía en llevarlos detenidos e Hilarión Cardozo se mantuvo consecuente y firme para evitarlo. El Camarada siguió hablando de la rectitud, valentía y firmeza de Hilarión Cardozo, de las muchas horas durante las cuales peleó con la comisión de la Disip y evitó su detención, que se quedaron en el CSE hasta la madrugada, que luego los llevó a todos hasta sus casas. Mientras tanto yo, simplemente, me hundía en la vergüenza, pensando en el naranjazo, en los empujones y los escupitajos que tuvo que soportar ese hombre al que mi jefe político sabía diferente, reconocía las divergencias, pero respetaba y exigía respeto para él. Creo que fue una enorme lección de tolerancia política, inolvidable y cambió mi visión sobre el respeto a los que piensan distinto a mí. Muchos años después cuando escribía en este semanario y las circunstancias políticas, las tensiones entre chavismo y oposición, las confrontaciones sordas, la incapacidad para reconocer al otro, requerían palabras y gestos para reforzar la tolerancia, me encontré con El Camarada, le hablé del impacto que había causado en mí su noble lección de tolerancia y le dije que pensaba escribir sobre el tema y solicité permiso para usar su nombre. El Camarada titubeó, habló del proceso revolucionario, se desdijo, se disgustó, dijo que no dijo, que no era preciso mi recuerdo, que había pasado mucho tiempo. Pero, sobre todo, destilaba el terror a que sus compañeros de entonces, militantes del bolivarianismo chavista pensaran que tanta “tolerancia” era una muestra de debilidad “intolerable” para un revolucionario, devenido en empleado público protector de su chamba. Por eso no digo su nombre. En esta realidad política de acomodos y reacomodos, de temor a perder el chivo o el mecate, de jaladera …y no de chivo, todo es provisional y hasta nuevo aviso, incluso, las posturas éticas que formaron una generación, las nociones que se defendían con furor, son perfectamente negociables. El Camarada me dio una lección de tolerancia de la que luego se desdijo, espero no desaprenderla, porque hoy como nunca el panorama requiere de gente que salga a mediar, que respete a los diferentes y que sea capaz de abrir espacios de diálogo. Hilarión Cardozo, la perfecta excusa para esa lección de tolerancia ha muerto, vayan estas líneas como un homenaje a un hombre que no conocí.

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